Dos noticias,
relacionadas entre sí, se han producido recientemente: la presentación del
libro Búfalo Bill Romance y,
muy poco tiempo después, el fallecimiento de su autor. Ambas son tan cercanas
en el tiempo que me resulta imposible no asociarlas.
La pérdida
El pasado 25 de
diciembre falleció prematuramente Carlos Pérez tras una larga y complicada
enfermedad que lo había obligado a jubilarse anticipadamente. Durante el
funeral, incluso durante la presentación del libro, el comentario más común
entre los presentes fue: "cuanto he aprendido con él y cuanto me he
divertido". Sirva este escrito como agradecimiento a tanto como Carlos nos
dio. Un legado muy valioso que se ha colado en mis huesos y en mi obra.
Me resulta imposible
resumir aquí su trayectoria profesional. Es demasiado extensa e intensa aunque,
por suerte, estos días otros lo están haciendo por mi. Ni tan siquiera me
resulta abarcable su trayectoria vital, pues era de tal magnitud que cada
persona que lo conoció podría contar alguna divertida anécdota de él que los
demás no conocemos. Solo intentaré esbozar a uno de los personajes
fundamentales de la cultura valenciana de las últimas décadas y lo haré a
través de mi conocimiento directo, y subjetivo, y desde mis intereses como ilustrador.
Una parte del trayecto
Conocí a Carlos Pérez
a principios de los 80 cuando me propuso colaborar con él en la realización de
unos materiales didácticos. Primero desde la Dirección General de los Servicios
Sociales, dónde él era el Director, después desde la Diputación de Valencia,
incorporándose entonces al equipo la pedagoga Paulina Ribera, especialista como
él en temas de didáctica. Posteriormente intentamos trabajar con una empresa
privada para el desarrollo y realización de una serie de juguetes didácticos.
Una aventura que acabó bastante mal porqué la empresa acabó dejándonos fuera
del proyecto y plagiando nuestros diseños. Ya por entonces, sus innovadoras
ideas chocaron con la incomprensión propia de esta ciudad, a la que él, años
más tarde, llamaría "la Valencia de la modernidad imposible".
Rinoceront, ilustración de Carlos Pérez, del libro Alfabestiari, Empúries, 1992 |
Fue mucho más tarde
cuando, como responsable de exposiciones
en sucesivos museos a partir de los años 90 (IVAM, Reina Sofía, MuVIM), se
convirtió para mi, y supongo que para otros muchos más, en la manilla que
abrió, una tras otra, las ventanas de la modernidad. Esa modernidad que si bien
aquí no llegó cuando debía, resultó mucho tiempo después casi igual de
provocadora y novedosa. Fue entonces cuando pude conocer de primera mano las
obras vanguardistas que solo había podido admirar en los libros. Cuando
descubrí a creadores que, al otro lado de los Pirineos, eran referentes
fundamentales para comprender la evolución de las artes gráficas, pero de los
que yo no tenía la menor idea.
Carlos me había
invitado a conocer y participar de una magnífica fiesta visual y entonces
empecé a darme cuenta que el mundo en el que nos movemos los ilustradores era,
y continúa siendo, muy poco permeable a los movimientos artísticos de otras
épocas. Como si quisiera bastarse a sí mismo retroalimentándose, convirtiéndose
en endogámico, y en gran medida ignorante de lo que le rodea.
Durante décadas
fueron miles las imágenes que este accesible y experto ilustrado fue
mostrándome, directamente o por su mediación, ante mis ojos, pero he conseguido
retener permanentemente en mi retina un buen puñado de ellas. El Pinocho de Bartolozzi; las geométricas figuras de
Jean-Émile Laboreur, ante las que Carlos me dijo "Te presento a tu padre
putativo" mientras yo las miraba y remiraba pasmado; tipografías
antropomórficas de El Lissitzky; precursoras propuestas del maestro de maestros Bruno Munari; carteles
magistrales de artistas polacos de entre guerras; los cinematográficos del
revolucionario e imprescindible Muñoz Bachs; versiones múltiples del Bibendum de Michelin, "el mejor logo de la historia";
juguetes de síntesis vanguardista de Torres-García o Ladislav Suntar; recortables deliciosos, y aún tan actuales, del dibujante
Tono; ilustraciones
de Alexander Rodchenko, Fortunato Deppero,
Elisabeth Ivanovsky... y tantas y tantas otras maravillas. Buena parte
de ellas recopiladas en la ya mítica exposición "Infancia y arte
moderno", reflejo de esas vanguardias de papel y
madera que tanto enamoraban a Carlos y que acabaron seduciéndome a mi también.
Cocodril, ilustración de Carlos Pérez, del libro Alfabestiari, Empúries, 1992 |
Y como no, los
magníficos catálogos cuyos textos, muchas veces del propio Carlos, son los que
contextualizan las imágenes y ayudan a entenderlas. Una amplía biblioteca que
reviso estos días con fruición, pues no en vano son obras importantes que puso
en manos de los mejores teóricos, diseñadores e impresores. En este sentido
quiero señalar, porque suelen pasar desapercibidas, algunas de las agendas del
IVAM que dejaron su impronta y que realizó durante años con el diseñador Manuel
Granell. Singulares y pequeñas joyas que son una huella inequívoca de la
personalidad de Carlos, intelectuales y eruditas, cercanas y prácticas. Y muy
bellas, pues muestran también una parte del mejor diseño gráfico valenciano,
producido con mimo y desde la coherencia estilística respecto a las obras
que incluyen, siempre tratadas con el máximo respeto y sensibilidad, ya sean
dibujos revulsivos hasta las arcadas de George Grosz;
deliciosas ilustraciones para niños de Lebedev,
o tipográficas dadaístas de Kurt Schwitters.
Desde la aparición de
Carlos en la escena museística valenciana se redujeron mis viajes a Madrid y
Barcelona (por no decir a Europa), ya que pude saciar mi sed “artística” sin
moverme de mi ciudad. Y si ya de por sí me atraía esa modernidad ilustrada
acabó seduciéndome completamente. Nadie
como él ha sabido prestar tanta y tan apasionada atención a las artes gráficas.
Consiguió mostrarlas y dignificarlas a nivel nacional, hacía mucha falta, y
además situarlas, junto con otras disciplinas artísticas, en el circuito
museístico internacional. Todo gracias a su erudición y su enorme capacidad de
trabajo, a sus contactos, todos ellos auténticos especialistas en la materia, y
también a su buen hacer y extraordinaria sensibilidad artística.
Agenda dedicada a Vladimir Vasilievich Lebedev. Manuel Granell. Valencia 1999 |
A modo de final de
este parcial, y subjetivo, resumen de una frenética y apasionada trayectoria, me
gustaría resaltar la atención que dedicó
de forma especial a nuestra ilustración, impulsado sin duda por su
sensibilidad hacia el sector. Cabe destacar las exposiciones colectivas "Los
hoteles de la imaginación" comisariada por nuestro compañero Carlos Ortin,
"17 libros para niños ilustrados" organizada por Media vaca y
"Kipling ilustrado" en la que me implicó junto a la profesora Lola
Pascual; y las retrospectivas de los maestros Max y Miguel Calatayud. Fue
también el impulsor, aunque no pudo disfrutarlas por estar ya su salud
seriamente deteriorada, de las "Jornadas sobre ilustración gráfica",
las primeras que de este tipo se han celebrado en nuestro país. Un encuentro que contó con destacadísimos
ponentes y en cuya organización estuvo muy implicada la APIV.
Me gustaría también
hacer una mención a dos de sus libros. Alfabestiari (Empúries), diseñado
e ilustrado por el propio Carlos, muy en la línea de las vanguardias, con
textos de Francesc Pérez i Moragón, y el más reciente Kembo (Kalandraka),
león vegetariano en el África negra, estrella de circo en París, y sustituto
ocasional del león de la Metro, ilustrado por Miguel Calatayud e incluido en la
lista de honor de la IBBY de 2012. Dos obras muy diferentes en las que se
evidencia su humor complejo y cosmopolita.
La presentación
La otra noticia a la
que hacía referencia al principio, la presentación del libro Búfalo Bill
Romance, se produjo el pasado 27 de noviembre en el Colegio Mayor Rector
Peset. Fue un evento excepcional en muchos sentidos, y cobra aún más valor, si
cabe, recordándolo tras la muerte de Carlos a penas un mes después y cuando aún
tenía muchos proyectos en su bulliciosa cabeza que desgraciadamente ya no
podremos disfrutar.
Resultó la
presentación de libro más especial a la que he asistido. La espaciosa sala de la
muralla, que casualmente alojaban una exposición de su gran amigo y excelente
pintor y deseñador gráfico Ramírez Blanco, se llenó de ilustradores, pintores, diseñadores,
comisarios, montadores, impresores, críticos, fotógrafos, periodistas,
admiradores, compañeros, amigos, muchos amigos, e incluso un puñado de niños
(quizá para compensar con su inocencia a algún oportunista perdido). El editor
Vicente Ferrer, con su fino sentido del humor, contó numerosas anécdotas sobre
las vicisitudes que había atravesado el libro durante su gestación. La soprano
Begoña Martínez y el pianista Jesús Debón nos deleitaron interpretando
canciones que habían inspirado al autor para realizar el libro, finalizando con un bis del simpático foxtrot
"Búfalo Bill", coreado por los asistentes convenientemente tocados
para la ocasión con gorros indios de plumas. A
continuación la improvisada intervención de Carlos desde su silla de ruedas que nos mostró a un hombre desinhibido, corrosivo, inspirado, con su fino sentido
del humor intacto, pidiéndonos que no cediéramos al acoso y derribo que estaba
sufriendo esta espantosa "capital de la modernidad imposible” porqué él no
se rendía, porqué aún le quedaba mucho por hacer. Finalizó el acto con los tres
entusiastas hurras que solicitó el editor, y que nos condujo a degustar unos
exquisitos canapés y un delicioso cava, al gusto sibarita del autor. Cava que
fue además etiquetado para la ocasión con un retrato de Carlos que recuerda los
carteles de "Se busca" del lejano Oeste, realizado por el ilustrador
del libro.
Esta fiesta nos dejó
sin duda un buen sabor de boca. Carlos estuvo pendiente de hasta el último
detalle, tal vez consciente del poco tiempo que le quedaba, y como colofón de
su vida nos quiso regalar este magnífico Búfalo Bill Romance que hoy ya es su última obra publicada.
Un broche magnífico para una vida generosa, frenética y apasionada a rabiar.
Marisa,
María José y Lupe, entre los asistentes al acto, coreando el foxtrot
"Búfalo Bill".
Fotografía de Bernard Custard
|
El libro regalo
Búfalo Bill
Romance se gestó a
partir de un poema inédito de Vicente Huidobro sobre el conocido
aventurero, y se convirtió en un fantasiosa crónica de sucesos y personajes
que se dieron en París desde finales del siglo XIX hasta el periodo de entre
guerras. La Exposición Universal de 1889, la
inauguración de la torre
Eiffel y el espectáculo del "Salvaje Oeste" del citado aventurero,
enmarcan relatos entrelazados de poetas de las vanguardias y estrellas de
circo, moviéndose entre ideas revolucionarias, zoológicos humanos y sociedades
secretas.
Ilustración capitular de Bufalo Bill Romance. David Sanchis. Valencia 2013 |
El libro cuenta,
además de los sugerentes collages de Dani
Sanchis a modo de capitulares, con abundante material gráfico de la época
tanto original como imitaciones: carteles tipográficos, anuncios de prensa,
ilustraciones, pinturas, caricaturas, retratos de fenómenos humanos circenses, de
indígenas "salvajes" y aristócratas, de Huidobro y otros artistas,
del propio Búfalo Bill y de las estrellas de su espectáculo... e infinidad de
detalles y homenajes ocurrentes. Todo ello perfectamente cohesionado en el
libro con un diseño, coherente con la época, que lo convierte en una riquísima
delicatessen. Una muestra del concepto de edición más exigente, que abarca
desde la concepción global de los contenidos hasta la producción final del
objeto artístico. ¡Es fácil suponer cuanto se han debido divertir todos los
implicados! Ahora nos toca a nosotros.
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